Manzanas blancas by Jonathan Carroll

Manzanas blancas by Jonathan Carroll

autor:Jonathan Carroll
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fantástico
publicado: 2002-08-09T22:00:00+00:00


Los tres hombres muertos se sentaron en la cafetería del hospital y bebieron un capuchino excelente. Llevaban hablando veinte minutos, pero, aparte de que a todos les parecía bueno el café, no se habían puesto de acuerdo en nada más.

—¿Así que desde que moriste has estado todo el tiempo en este edificio? ¿No puedes salir? —La voz de Bruno sonaba escéptica.

Tillman Reeves se puso dos dedos en la barbilla.

—No. Es como estar en una obra de Sartre. Y hablando de obras, ¿ha leído Doctor Fausto de Christopher Marlowe, señor Mann? Es una obra imprescindible, una de mis favoritas. En un momento de la historia, Fausto le pregunta a Mefistófeles dónde está el Infierno. Y el pequeño canalla responde: «Debajo del Cielo». —Separó los dedos de la barbilla y dibujó un pequeño círculo en el aire, como para incluir en la definición el lugar en el que se encontraban.

Bruno miró a Ettrich para buscar una aclaración, pero la expresión de Vincent no decía nada, así que Bruno volvió a girarse hacia el anciano.

—No lo entiendo.

Reeves asintió.

—Por alguna razón, los tres morimos, pero hemos vuelto a la vida, a nuestras vidas anteriores, sin más, aunque en diversos estados de confusión y con falta de recuerdos esenciales. No tenemos ni idea de por qué volvemos a estar aquí ni lo que se supone que tenemos que hacer.

»¿Recordáis el miedo que antes teníais a morir? ¿Lo que hubieseis dado por quedaros aquí y simplemente vivir como vivíais? Bueno, ese deseo se hizo realidad para nosotros, pero ¿os hace felices? El Infierno está debajo del Cielo.

Permanecieron sentados, quietos, en silencio y desanimados mientras asimilaban aquello. Entonces Reeves dijo:

—No entiendo nada, pero una nueva parte del misterio es por qué vosotros podéis ir y venir cuanto os plazca mientras que yo estoy asignado permanentemente a este desafortunado lugar.

Bruno se reclinó y entrelazó los dedos detrás de la cabeza.

—¿Qué haces aquí todo el día? Quiero decir, ¿qué se puede hacer en un hospital durante todo el día?

—Ver operaciones, hablar con los pacientes. Ettrich lo interrumpió.

—¿Y cómo te tratan, Tillman? ¿Cómo reacciona la gente como Rottweiler al verte aquí otra vez? Los que sabían que moriste, los que estaban allí cuando ocurrió.

—¿Rottweiler? ¿Quién es Rottweiler?

—Es la enfermera que nos cuidaba, Michelle Maslow —le explicó Ettrich.

—Me reconocen, pero no reconocen en mí a la persona que era. Sospecho que igual que tus amigos y compañeros contigo. Todo es normal menos algunas cosas fundamentales. Me saludan y tenemos nuestras charlas, pero nada más. La gente tiene un punto ciego colectivo en sus espejos y no ven quien soy y lo que era. Cuando me ven día tras día, no me preguntan qué estoy haciendo aquí ni por qué todavía sigo por aquí. Dicen hola, charlamos un poco y luego se marchan. Para ellos es normal que esté aquí y, teniendo en cuenta lo que saben, están en lo cierto.

Ettrich sabía que era cierto por experiencia propia. Hasta que Coco le había dicho la verdad, su vida y la gente que conocía seguían siendo los mismos que seis meses antes.



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